La vida a veces
Fotografía Rafal Obinski
La vida a veces es un sobre de azúcar que guardas en el bolsillo porque eliges sacarina para no engordar, sin darte cuenta de que en sí misma ya es dulce cuando no es amarga.
La vida a veces consiste en bañarse vestido para aprender a nadar con la ropa mojada y los zapatos puestos, porque olvidamos que nacimos desnudos, sucios y mojados, gritándole al mundo que se empeña en callarnos.
La vida a veces te da lecciones que no se aprenden, sino que se desaprenden, tan contradictorias como que el número infinito pi en realidad sea una letra.
La vida a veces se nos resiste, porque pretendemos domarla como si de un potrillo se tratara, cuando en realidad es un río y nosotros salmones nadando contracorriente para morir en nuestro destino.
La vida a veces es un circo de tres pistas donde la equilibrista más experta se jubiló con artrosis en el momento justo en el que había aprendido a cruzar el alambre sin extender los brazos.
La vida a veces es una obra de arte guardada en un baúl y otras, una burda imitación expuesta en un museo ante las caras de admiración de los ignorantes.
La vida a veces es tan atrevida como amar sin condiciones, aún a sabiendas de que nada, y mucho menos el amor, es gratis, porque las cuentas de la vida no se pagan con dinero y por eso son tan caras.
La vida a veces juega a los peluqueros, despeinando emociones y rizando el rizo, mientras aprendemos a soltarnos la melena y a peinar canas.
Dicen que la vida a veces es difícil de entender, como el chino para un español o el abandono para un perro, pero sea como fuere, la vida siempre es un regalo que no vale por la caja que lo contiene, ni por el papel que lo adorna, ni siquiera por su contenido. El regalo de la vida es la gente que la comparte contigo.