No te lamentes
No te lamentes, duró lo que duran los placeres, ninguno es más que una cadena de suspiros donde algún eslabón termina por romperse.
Esas cosas pasan.
La vida no diseñó nada eterno para que aprendiéramos a valorarla y lo nuestro no iba a ser una excepción.
Sin rencores.
Bien es cierto que el comienzo tuvo su gracia, que fuimos como el encendido de una cerilla, un roce que hizo saltar chispas y tras ellas, esa efímera explosión de luz y calor.
Unos segundos de éxtasis.
Pero al igual que la cerilla, por no soplar a tiempo la llama de lo nuestro para apagarla, me terminé quemando los dedos y eso duele.
Claro que ni me hizo llaga, ni siquiera me has dejado marca.
No quemas en tercer grado, es la verdad.
Sin ánimo de ofenderte.
Así que ahora de nada sirve lamentarse cuando ya somos tan sólo una cerilla quemada, sin llama, sin luz, sin fuego, con fuerte olor a azufre y de un solo uso antes de tirarla.
Haberte buscado un fuego más intenso.
El pasado nada cambia y si te quemaste los dedos como yo, que te sirva para la próxima vez.
¿O es que a ti nadie te dijo que no se debe jugar con fuego?
No te lamentes, cariño, fue bonito mientras duró.
Lámete las heridas y sigue adelante que yo ya he pisado los restos de la cerilla.