Ídolos con pies de barro
Era grande y poderoso, de mirada firme al horizonte, era imponente, casi reverencial, de una grandeza disimulada con el oficio del mejor de los actores, una grandeza que resultó ser una mentira, interpretada como verdad.
Yo lo supe al poco tiempo, porque la función siempre llega a su fin, más tarde o más temprano termina por llover y el agua, deshizo sus pies de barro ante mis ojos, convirtiendo al ídolo en marioneta, en un Goliat derrotado.
Pero mientras llegó la lluvia, el ídolo con pies de barro hizo tanto daño, que parió mentiras con una fertilidad incontenida, alimentó fantasmas, y diseñó una corte de profetas de supermercado a su servicio. Se multiplicó como lo hacen las ratas de cloaca y sobrevivió como un virus maligno, adaptándose para mutar a su antojo.
Y todos le creyeron. Y todos le siguieron. Comieron de su mano, hambrientos como estaban de discursos de esperanza, bebieron del agua contaminada del río de las mentiras, y todos fueron esclavos de sus pensamientos, convencidos sin embargo, de que seguían siendo libres.
No pensaron, no sintieron, tal sólo asintieron lo que otros pensaban y sentían. Les hurtaron en un descuido lo que eran por sí mismos, como ladrones de poca monta que terminan haciendo fortuna de lo ajeno.
Y él era uno, y todos éramos muchos con la voluntad de ninguno. Y él terminó por ser muchos, para asombro de unos pocos.
A todos juntos nos llamaron sociedad, a los unos y a los otros, a los pocos escépticos y a los muchos crédulos, como una masa sin individualidades, fácil de dar forma.
Durante un tiempo vivimos en las nubes, sin darnos cuentas de que las nubes estaban en su cielo y no en el nuestro, en su jaula de ruiseñores que no quieren cantar, porque el pájaro nació para ser libre y para volar.
Fue entonces cuando quisimos escapar y volver a poner los pies en la tierra, pero nos daba vértigo, y no encontrábamos la salida del laberinto. Nos invitaron a entrar y no nos explicaron dónde estaba la salida.
Yo volé, algunos como yo lo hicieron, porque nunca dejé de ser una pluma ligera a merced del viento y así pude escapar hasta caer al suelo.
Y ahora pido al cielo que descargue una tormenta para que el agua, deshaga por fin, los pies de los cientos de ídolos de barro que como gigantes nos amedrentan y que el mundo en las nubes se convierta en lluvia y escape de las rejas.