Escribir
Imagen de Ralph Morse. Revista Life
Escribir es obsceno, porque puedo acariciarte sin tocarte, sin tan siquiera pedirte permiso, hacerte estremecer con el tacto frío de unas letras. Es tatuarte mensajes en el alma.
El escritor está hecho de decepción propia y ajena, de frustración y desamor, es un viajero que hace autostop con la maleta llena de fracasos y negativas, que teme al éxito cuando le guiña el ojo, por miedo a que sólo lo elija por el interés.
Escribir es un acto violento, de una violencia sibilina, porque puedes matar sin derramar una gota de sangre, sin necesidad de coartada, sin castigo, sin miedo a la prisión. Es una injusticia aplaudida.
El escritor construye su casa de derrotas llenas de agujeros por los que observar la vida, pero nunca permanece en ella mucho tiempo. Es nómada y titiritero. Es un cotilla pervertido, el protagonista de la ventana indiscreta de su vecino, un psicoanalista de tres al cuarto, aprendiz de todo y maestro de nada.
Escribir es egocéntrico hasta lo patológico. Todo lo que escribes queda siempre entre tu ego y tú. Escribir por puro egoísmo, una exaltación del yo a través de los sentimientos de los demás, casi una profanación, un secreto a voces lavándote las manos de responsabilidades. Una victoria a la muerte, para seguir existiendo sin respirar, sin cuerpo, sólo con letras.
El escritor es un adicto de sentimientos, un psicópata cobarde, un diabético de versos dulzones, un obeso de ego, un perro ladrador poco mordedor que a menudo muerde la mano que le da de comer.
Escribir es un trastorno de personalidad por querer ser quien no eres, que no se cura ni con la terapia de grupo de los lectores. Es una apropiación indebida de las vidas ajenas, en el mejor de los casos, cuando no es un robo con fuerza y premeditación.
El escritor joven escribe de anhelos, renglones rectos con mensajes torcidos. El viejo en cambio, escribe de arrugas y sabiduría, con caligrafía hecha de corteza de árbol.
Escribir es alimentarse de la nada, de la virginidad del papel en blanco. Es viajar subido a la imaginación dejándote la vida en el peaje. Escribir es el camino que nunca se acaba.
Y morirán los hombres y sus letras serán eternas, le pese a quien le pese.
Y morirá el escritor y permanecerán sus libros.
Porque lo que me dieron los libros, que no me lo arrebate el hombre.