Las ilusiones
En mi memoria he guardado durante años un recuerdo infantil que hoy he rescatado. El de una anciana tejiendo una larga bufanda con lanas de colores. Al preguntarle qué estaba haciendo, la anciana me explicó que estaba tejiendo ilusiones. Cuando se le terminaba la madeja de un color, ataba el extremo del final de una ilusión, al extremo del inicio de otra, de otro color distinto. Así, por frío que viniera el invierno, nunca dejaba de tejer interminables, coloridos y cálidos anhelos…
Yo, sin embargo, siempre he pensado que las ilusiones están hechas de agua caliente, si las concibo en invierno, y de agua fresca, si sueño con ellas en verano. Pero todas mis ilusiones siempre han sido líquidas. A veces me he llenado de ellas gota a gota, con paciencia infinita, con trabajo y dedicación, con mimo de artista, y otras veces sin embargo, me han sobrevenido sin esperarlas, como un grifo abierto de noche, fluyendo sin control, como un regalo de la vida. Pero a todas las he recibido con ansia primeriza, porque las ilusiones son siempre de estreno, aunque antes que yo, otros hayan tenido las mismas. Son juguetes recién sacados de sus cajas, libros con olor a papel recién impreso, naranjas recién peladas… Las ilusiones son un parque de atracciones, son diversión y vértigo, un pellizco en el estómago, una agradable sensación de libertad, un disfraz de superhéroe…
Muchas veces mis ilusiones se derramaron, y por más que lo intenté, me resultó imposible atraparlas con mis manos, se escurrieron entre mis dedos sin poder evitarlo. Tal vez porque no me pertenecían y porque al ser líquidas, tan solo fingieron tomar la forma de mis sueños, pero no eran míos sino de la vida, que escribe planes secretos en diarios ocultos.
Otras veces fui yo quien las derramó un poco, para no colmarme en exceso. Dejar espacio para otras nuevas y evitar así que el agua de algunas viejas ilusiones se estancara en mi interior, tornándose turbia y maloliente. Porque las ilusiones son gratis y en tiempos de crisis es difícil no dejarse llevar por ellas. No hay estanque, por bello que sea, que no esconda una ciénaga en el fondo.
Últimamente, acordándome de aquella anciana que tejía su infinita bufanda de ilusiones, pensando también en mis ilusiones líquidas, me he preguntado muchas veces si es posible morir ahogado en ilusiones. Al fin y al cabo, demasiadas vueltas de bufanda alrededor del cuello y demasiada agua, pueden impedirte respirar. Pero lo cierto es que ningún titular de la prensa ha prestado atención a ello. Nadie ha sido noticia por morir ahogado en sus propias ilusiones, nunca se ha conocido semejante historia, lo cual no quiere decir que no haya ocurrido.
Sea como fuere, las ilusiones deberían existir con una leyenda que advirtiera del peligro que conllevan si caducan y se tornan frustraciones, porque son perecederas y tienen fecha de consumo preferente, o si se acumulan en exceso y te llegan hasta el cuello. Tal vez tan solo, deberían enseñarnos desde niños a nadar entre ilusiones y a no subestimar nunca a las aguas mansas, porque pueden ser las más traicioneras.