Muñeca de Porcelana
Esta es la historia de una muñeca de porcelana que tiene un mensaje de voz grabado en sus tripas y repite de manera opaca.
Habla, pero nunca dice nada.
Vive en un infinito cercado en cristal, puede ver por la ventana, sabe que nada se acaba en la línea de sus pies, pero no puede traspasarla.
La muñeca de porcelana es sin ser, existe en los juegos de otros.
Teme constantemente caer al suelo por si se rompe y sabe que un día, cuando su belleza se aje, será ella la que dé miedo, un siniestro juguete roto.
Pasa días enteros durmiendo, como en el sueño de los muertos, sin sueños. Y cuando la despiertan, sueña al menos con ser de plástico.
La muñeca de porcelana no sangra cuando la hieren. Tampoco llora.
En la profundidad de sus ojos hay un pozo sin fondo donde parece perderse todo lo que arroja. No sabe si algún día ese pozo terminará por llenarse o si, por el contrario, el agujero negro es insaciable.
No sabe sonreír porque jamás le dibujaron una sonrisa en su boca, ni una ilusión en sus ojos.
No busca, porque no sabe que puede encontrar.
Se deja hacer porque entiende que ese es su destino.
A la muñeca de porcelana le compraron un día una casa de muñecas.
Ahora vive en una preciosa casa dentro de otra casa, de la que no puede salir si no la sacan.
Viste volantes y sedas, pero su piel de porcelana no se eriza con el tacto de la tela, ni se estremece cuando la tocan.
Ha oído hablar del viento que despeina a los árboles, pero jamás lo ha sentido. Sus tirabuzones rubios siempre están perfectos a ambos lados de sus orejas.
La muñeca de porcelana se puso triste hace mucho tiempo, el día que comprendió lo que era, pero no supo no serlo.
Y se dejó arrastrar por una pesada melancolía que se asoma por sus ojos cada vez que los abre.
Y así, sabiendo lo que es y sin saber no serlo, la muñeca de porcelana espera escapar un día de los brazos de quien la peina.