Cuando nos sorprendió el silencio
Fotografía de Henri Cartier-Bresson
Cuando nos sorprendió el silencio, ya nos lo habíamos dicho todo.
Ni siquiera nuestros cepillos de dientes se rozaban ya en el vaso del baño.
Y las luces de nuestras mesillas se apagaban cada noche a tiempos distintos.
Cuando el silencio quiso gritarnos, ya habíamos hecho oídos sordos.
Ya no manaba sangre de una herida que lucía casi con orgullo una cicatriz que el tiempo había dibujado
sin pedirnos permiso.
Y las heridas cerradas se pudren por dentro si no se curan bien.
Cuando el silencio me susurró al oído canciones tristes.
Tú ya habías mudado la piel y desprendías aromas prestados de mujeres de un rato.
Y yo pasé a ser un verso suelto en busca de ese poema del que un día formé parte.
Cuando el silencio se calló para siempre, me sonó tan hondo y profundo que temí que me atrapara.
Ni siquiera él tenía palabras de consuelo para mí.
Y lo peor de todo es que el silencio ya no te diga nada, cuando antes nos lo había dicho todo.
Cuando el silencio hizo eco en el espacio vacío de tu armario, repitió los reproches que habías guardado
durante tanto tiempo en los cajones.
Tuve que abrir las ventanas para poder respirar de nuevo porque me ahogaba.
Y hasta el gato buscó esconderse en ese espacio que dejamos entre los dos en nuestra cama, pero pasó
frío, y como tú, encontró otro lugar más cálido donde cobijarse.
Pero ahora es el silencio el que me cuenta historias de tu nueva vida.
Va y viene con los chismes de las malas lenguas.
Me cotillea como una vieja, que intentas hacerte escuchar en los lugares de música imposible, pero ellas
hacen oídos sordos.
Dice que mojas en alcohol las palabras que te sobran para poder olvidarlas cuando amanece.
Que regalas poemas incompletos porque siempre les falta un verso.
Y que despiertas cada mañana echando en falta mi cepillo de dientes en el vaso de tu baño.
Es entonces cuando has gritado en silencio mi nombre confiando en que el eco te lo repitiera.
Pero ahora es el silencio el que siempre te contesta.