La muerte de Nadie
"Vida de perros" (Charles Chaplin 1918)
Nadie nació sin llorar, un día cualquiera. Le parieron sin ganas y le obligaron a vivir. La vida lo atrapó, cogiéndolo de un puñado y sin pedirle permiso, y lo convirtió en el dado de una partida de parchís.
El día que murió Nadie era un día cualquiera. Ni era triste, ni era alegre, su anodina vida le abandonó, obligándole a morir de la misma forma que la vida le obligó a seguirle el juego un día.
Nadie no pagaba impuestos y a pesar de eso, algunos le trataban de Don para comprar su respeto, ese que solo tuvo cuando tuvo dinero.
Nunca salió en las noticias y cuando un día tecleó su nombre en google, su ordenador no encontró ningún resultado. Nadie no estaba en el cibermundo, ni en las redes sociales, ni en la nube de contactos del ciberespacio. Nadie solo tenía un perro que ladraba cuando tenía hambre.
Toda su vida se sintió transparente y al cruzarse con la gente nunca se tropezó con sus miradas. De reojo se buscaba en el reflejo de los escaparates, sin encontrarse.
Nadie enfermó de indiferencia por sentirse una sombra en la oscuridad de la noche, en mitad de una calle sin farolas. Y la muerte de Nadie fue la de todos al mismo tiempo, pero no nos dimos cuenta.
Ahora Nadie ya no es nadie. Ni ríe, ni llora, ni vive, ni molesta. Dejó de ser el vecino de cualquiera para ni siquiera alcanzar a ser un recuerdo.
El mundo continúa sin Nadie, como si nada hubiera pasado. La vida sigue su curso mientras en la tumba de Nadie, solo ladra su perro y en su lápida reza: Nadie ha muerto.