¡Socorro, mi jefe es un mediocre!

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De todo un poco...

Que el mundo está lleno de mediocres es un hecho, una evidencia. Basta con echar un vistazo a nuestro alrededor, sin esforzarnos demasiado, para identificar así, a voz de pronto, a unos cuantos en nuestra vida cotidiana. Mediocres hay en todas partes, en el supermercado, en la farmacia, en el gimnasio, en la asociación de padres de alumnos y en la entidad bancaria con la que operamos con asiduidad. Son hombre y mujeres con nombres y apellidos. Muchos, la mayoría, tienen familias propias, con hijos e hijas que nadan en el caldo de cultivo de futuros mediocres, con el fin de perpetuar la especie. De esta forma se garantizan  que tras su muerte, alguien tan especial como ellos, mantendrá vivo su legado de mediocridad. Otros, los menos, viven sólo para ellos tan convencidos de su alto nivel personal que, sienten en lo más profundo de sí mismos, que sería un derroche compartir tanta valía con alguien sensiblemente menos importante que ellos. A pesar de estos últimos, los mediocres son de esas pocas especies de ser humano que están muy alejados del peligro de extinción.

 

 

 La mayoría de los mediocres no son conscientes de ello. Es más, uno de los más graves efectos secundarios que padecen les afecta, muy notablemente, a su capacidad de autocrítica. De hecho, autocrítica y mediocridad son altamente incompatibles. Rara vez reconocen sentirse incapaces para alguna tarea, tienen opinión experta sobre cualquier tema o materia, especialmente si ésta es muy especializada, conocen y saben de todo y siempre más que tú y nunca se equivocan, lo hacen las circunstancia, pero no ellos.

 

 

 Muchas veces me he preguntado si su actitud vital no será fruto de la más absoluta consciencia de sus incapacidades y la absoluta impotencia de no saber cómo afrontarlas o si, más bien, estas incapacidades, que por otro lado tenemos todos, residen más en un plano inconsciente. Este debate daría para mucho y no soy yo la persona más preparada para resolverlo. Quede sólo este apunte como reflexión personal.

 

 

 Como en casi todo también la mediocridad hay grados. Entre el blanco y el negro hay una gran gama de grises.  Y como la mediocridad si no se corrige en la infancia suele ir en aumento con los años, ofrece un interesante abanico de intensidades en función de edad y posición sociocultural.

 

 

 La historia ha sido fiel testigo de una innumerable lista de mediocres, podríamos decir, ilustres. Nobles, mandatarios, dictadores, jefes todos ellos, de un número más que importante de subordinados. Personajes con capacidad de decisión, o al menos eso pensaban ellos,  que la justicia del tiempo ha reconocido como lo que han sido, grandes mediocres.

 

 

 Hay padres y madres mediocres, novios y novias mediocres, maestros mediocres, hijos e hijas  mediocres, vecinos mediocres, abuelos mediocres  y, cómo no, jefes mediocres, muchos jefes mediocres. La familia es una lotería, te cae en suerte, poco nos queda hacer al respecto, a  los amigos puedes elegirlos, lo cual es de gran ayuda en estos casos, pero ¿y a los jefes?. Quién no ha tenido, con suerte, un sólo jefe mediocre. La mayoría hemos tenido unos cuantos. Ellos mandan y son los jefes y, amigo mío, estas dos potestades en poder de uno de estos seres hace que sus cualidades sufran un efecto multiplicador. Seguro que ahora mismo estás pensando en alguien ¿verdad?...¿por qué no me lo cuentas?

 

 

mediocre

 

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