Gatos y perros

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De todo un poco...

Siempre se ha dicho que las mascotas terminan pareciéndose sospechosamente a sus dueños. De alguna manera se mimetizan con el carácter de sus amos, para bien o para mal, y adoptan aptitudes más propias de un humano que de otras especies. Debe ser cosa de las energías, esas que pululan en el ambiente y que ejercen su influencia casi sin darnos cuenta.

 

 

Para empezar resultaría muy significativo y revelador analizar el tipo de mascota que cada uno de nosotros elige. Yo, por ejemplo, tengo un gato en casa, siempre he tenido gato. Creo que Pancho, que así se llama, es el que hace el número cinco de mis gatos. Sólo el hecho de haber elegido un gato a un perro ya dice bastante de mí, por ejemplo, que me siento muy felina, si me lo permites, incluso muy leona, hasta en el signo del zodiaco. Los gatos son seres muy independientes. Ellos eligen el cuándo, el cómo y el con quién. Para la cuestión de los afectos son seres extremadamente selectivos y, contrariamente a la creencia popular, no son animales traicioneros pero, por si acaso, no les toques las narices más de la cuenta.

 

 

Claro está que este razonamiento no es una ciencia exacta, ni siquiera es una ciencia, pero sí es probable que mucha gente al leerlo comparta conmigo este argumento y hasta sea capaz de encontrar entre sus conocidos gente que es como su perro o como su gato, o ¿será más bien que el gato o el perro es como él?

 

 

Yo tengo amigos con perros muy amorosos, tanto como lo son ellos como personas y todos conocemos gente con perros con muy “malas pulgas”, el mismo mal carácter que sus amos. Por eso mismo tiendo a desconfiar de aquellos que, por ejemplo,  eligen una serpiente como mascota, ¿serán fríos y sibilinos?  o de los que eligen  un cerdo, como George Clooney, porque, qué quieres que te diga, algo de “cerdo” tendrá aunque sólo sea que está buenísimo.

 

 

El gran misterio del tándem humano-mascota será siempre  quién se parece a quién y, en este sentido, me gusta pensar que somos las personas las  que terminamos pareciéndonos a nuestros animales porque, si así fuera,  siempre saldríamos ganando.

 

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