Dímelo a mí.

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De todo un poco...

Si te duele y no puedes contarlo, por favor, sólo dímelo a mí. 

Déjame que tus palabras me las guarde y así, al vomitar tu rabia, puedas dejar un hueco en tu alma para los sueños, de esos que se cumplen.
Dímelo suave o a dímelo a gritos, pero dímelo.
Muérdete las ganas, cómete el miedo, bébete los vientos y da pasos largos sin mirar atrás.
Invéntate una vida y dímelo a mí, para que guarde la contraseña de tus anhelos no vaya a ser que se te olviden un día de estos.
Dímelo a cualquier hora que mi corazón tiene tarifa plana para tus llamadas.
Si tienes vértigo no mires abajo.
Alza tu mano para tocar el cielo y si no llegas, no temas caer y dímelo a mí.
Desplegaré mis redes para no dejarte.
Si tienes penas, dímelo a mí y así las dividiremos y pesarán menos.
Cuéntame tus alegrías también para multiplicar tu gozo.
Dímelo de día cuando la luz matiza el dolor o dímelo de noche cuando el negro cubre tus pensamientos, pero siempre dímelo.
Déjame ser tu confesor, tu cajón de los secretos y tu lugar privado.
Déjame ser tu subconsciente, tu otra realidad.
Hoy he colgado en mi puerta el cartel de “abierto 24 horas” y regalo silencios de esos que valen más que mil palabras.
Hoy no se compra ni se vende, sólo se comparte, por eso, dímelo a mí, para que juntos busquemos la palabra “amigo” en el diccionario.

 

 

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