Te perdí en una mudanza.

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De todo un poco...

 

 

Lo guardé todo en cajas de cartón con un nombre en la solapa. Envolví los recuerdos en papel de periódico para que no se rompieran y con mucho cuidado los clasifiqué para no hacerme un lío cuando los desembalara. Los de la infancia ocupaban poco, así que para ellos utilicé una caja pequeña. Los recuerdos felices mejor ponerlos en una caja aparte, no vaya a ser que se pierdan y los tristes, mejor aprovecho para hacer limpieza, pensé,  y los tiré al contenedor del reciclaje.

 

 

 

 

 

A ti te guardé en una caja que ponía “frágil” para que no te dañaran los golpes y, al llegar a la nueva vida, pudiera rescatarte. Con amor de esos que sólo existen en los cuentos de niños que, de tan puro sólo lo fabrican las hadas, te llevé conmigo al país de nunca jamás. Y allí estaba yo, ordenando las estanterías de mi vida tras una mudanza y un cambio de piel como las serpientes, cuando busqué tu caja y no la encontré. Te quedaste por el camino, no sé muy bien dónde. Ahora, mientras busco en la oficina de objetos perdidos, sólo me consuela pensar que lo que yo perdí quizá alguien lo encuentre en el camino de vuelta de su destino.

 

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