El jarrón roto
No hay pegamento que pueda arreglar el jarrón que se me rompió. Junté todas las piezas, una a una, por pequeña e insignificante que me pareciera, porque pensé que todas eran importantes y que, incluso las más pequeñas, servían de apoyo para otras quizá más grandes pero, no por ello, más importantes.
Le dediqué tiempo, paciencia y cariño, porque las cosas hechas con cariño siempre salen mejor, es el ingrediente secreto. Pero, a pesar de mi dedicación, el jarrón nunca será el mismo. A simple vista tiene grietas, muchas grietas, aunque no me importa demasiado su aspecto físico. Si le echo agua para poner unas flores, el agua se filtra por las juntas, esas que con tanto mimo pegué.
Me gustaría retroceder en el tiempo hasta el momento justo en que dejé caer el jarrón de mis manos. Si pudiera, lo sujetaría firmemente pero sin apretar, lo admiraría por su belleza y agradecería en cada momento, lo útil que me resulta y cuánto me gusta que sea mi jarrón. Nunca le dije todas estas cosas porque nunca pensé que se me pudiera caer y romper en mil pedazos. Tampoco pensé que, aunque pegara todos los trozos, ya no sería el mismo jamás.
Sencillamente hay cosas que no se pueden arreglar aunque lo intentes, aunque lo desees y sólo descubres cuánto te gustaban, cuando ya están rotas o cuando has intentado pegar sus pedazos con la intención desesperada de recuperar lo perdido.