La oveja que no quería ser contada

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Microcuentos

A la oveja blanca no le gustaba que la contaran de noche, en la mente de los insomnes.

 

La hacían saltar vallas, dando vueltas sobre la cabeza de los preocupados, una y otra vez, hasta cifras que nunca se acaban.

 

 

Odiaba ser un número porque a la oveja blanca, le encantaba la poesía, era más de letras.

 

 

Se cansaba mucho pasando la noche en vela para que otros pudieran dormir, así que de día, la oveja blanca no podía jugar, ni balar a su antojo, ni correr por los prados porque tenía que echarse a dormir.

 

 

A veces envidiaba a la oveja negra, ésa a la que todos criticaban por ser distinta, pero al menos ella, vivía su vida sin que la contaran.

 

 

La oveja blanca se cansó un día de ser el atrapa sueños de los estresados. Y una noche que la estaban contando, se negó a saltar por la frente de quien la pensaba.

 

 

Se quedó allí plantada, produciendo un atasco monumental de ovejas perturbadas y sumisas que no entendían nada.

 

 

¿Qué mosca le había picado a la oveja blanca?

 

 

Decidió que nunca más saltaría vallas y que si alguna vez tenía que ser un número, sería el infinito, que nunca se acaba.

 

 

Así que allí las dejó a todas las demás, dando tantas vueltas, que se mareaba de solo mirarlas.

 

 

¡Allá ellas con sus vidas!

 

 

Se puso guapa, se arregló la lana, y se fue de fiesta con la oveja negra a una granja cercana.

 

 

Ahora es feliz balando por las mañanas, comiendo pasto a su antojo y saltando sólo cuando a ella le da la gana.

 

 

Por suerte, la oveja que no quería ser contada, se dio cuenta a tiempo de que las noches no son para pensarlas y que la vida es demasiado corta para pasarla saltando cuando otros te lo mandan.

 

 

 

 

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