Los hermanos mellizos
Mi madre me dijo cuando era niña que el Sr. Imposible había muerto joven, de un ataque de pesimismo, que murió sin luchar y rendido al primer contratiempo. En su vida fue un hombre muy negativo, que siempre elegía las botellas de agua en el supermercado del estante de las medio vacías y, claro, se quedaba siempre con sed. Permanentemente se sentía estafado por la vida, por eso interpuso numerosas reclamaciones dirigidas unas veces al destino, otras a Dios, otras a la suerte, pero todas fueron rechazadas en repetidas ocasiones. En el final de sus días se juntó con malas compañías, gente de mal vivir, un joven llamado Fracaso y una chica, triste y cabizbaja, llamada Frustración. Los tres frecuentaban a menudo el barrio de la Insatisfacción.
Me contó mi madre que el Sr. Imposible no estaba sólo en este mundo, tenía un hermano mellizo, el Sr. Posible, siempre tan alegre y optimista y un exitoso hombre de negocios. Cada proyecto que planificaba, con empeño, trabajo y dedicación, se convertía en una fructífera realidad. “Lucha por tus sueños, hermanito”, le decía siempre de niño Posible a Imposible, pero Imposible se alimentaba de “no puedo” y todo le salía mal.
La vida les condujo por caminos tan distintos que parecía mentira que los dos fueran hermanos mellizos. Eran como las dos caras de una misma moneda. Imposible murió joven, triste y sólo, mientras que Posible, murió de viejo, satisfecho con la vida que había llevado y rodeado de todo lo que logró conseguir. En su lecho de muerte el Sr. Imposible mandó inscribir: “Perdón si soy descortés y no me levanto a saludarte, no puedo”. Muchísimos años más tarde, cuando murió el Sr. Posible y fue enterrado en una tumba al lado de la de su hermano, mandó inscribir en su lápida “Si quieres, puedes”.