La semilla y la maceta
Nací semilla con suerte, hundida en tierra fértil. En la húmeda oscuridad desperté de mi encierro y hurgué en las entrañas de quien me dio cobijo un día.
La noche que aprendí a echar raíces me di cuenta de que estaba en una maceta y el barro de las paredes me moldeaba a su antojo, haciendo de mí lo que no era, presa y protegida, hermosa pero no libre, adornando la vida de quien me había encerrado.
Y me ahogué más pronto que tarde, enredada en mi propia esencia, dando vueltas a un tiesto que me daba forma y me enclaustraba, mareada en mi propio encierro, asfixiada dentro de mí misma. Y aun así, florecía colorida cada primavera. Y aun así, agradecí la luz del sol cada mañana y cada gota de lluvia que refrescó mis hojas, porque nadie supo nunca de la oscuridad de mis entrañas bajo tierra.
Animada por mi ansia de escapar, descubrí un día que no estaba todo perdido, que un pequeño agujero en el fondo de la maceta de mi encierro era mi única salida. Así que hurgué de nuevo, pero esta vez en lo más profundo y no dando vueltas.
Me estiré todo lo que fui capaz, necesité muchas lunas para ello, y una pequeña parte de mí asomó al mundo por un diminuto agujero.
Y renací de nuevo, esta vez no de semilla sino de una parte de mí misma, fruto de mi propia raíz, inventada otra vez. Busqué donde hundirme tanteando el suelo que pisaba. Hasta que encontré tierra firme en la que hacer mi nido.
Ahora ya no tengo quien me riegue si no es el cielo, pero he crecido salvaje fuera del tiesto. No me peino las raíces si no quiero y crecen libres, a su antojo, como las venas de la tierra.
Que nazca la flor de la corteza.
Que el cielo te riegue cuando quiera.
Que bajo el asfalto las raíces de la vida dibujen carreteras.
Que ningún tiesto moldee tu forma.
Y si un día quieres florecer, que sea para adornar tu jardín.
Y si un día decides escapar, busca el agujero de tu maceta.