La llamada de la vecina
Una mañana, la Muerte decidió llamar por teléfono a la Vida. La Muerte y la Vida siempre habían sido vecinas, la una junto a la otra, pero nunca habían tenido una buena relación. Cuando se encontraban en el ascensor evitaban cruzarse las miradas y ni siquiera hablaban del tiempo. La Muerte sentía celos de la Vida porque a ella, todos los vecinos del barrio la tenían en muy alta estima, mientras que a la Muerte, unos la evitaban y la mayoría la temían. “La tienen sobrevalorada, con lo que les hace sufrir, sin embargo yo le ofrezco la paz eterna y qué poquitos lo saben apreciar”, solía refunfuñar entre dientes la Muerte, celosa de su vecina.
Aquella situación resultaba insostenible y, por eso, alguna de las dos vecinas debía dar el primer paso para reconciliarse, teniendo en cuenta que no podían estar la una sin la otra porque, ¿qué hubiera sido de la Vida sin la Muerte y de la Muerte sin la Vida?
Aquella mañana la Muerte se sentía magnánima y decidió que sería ella la que llamara a la Vida. Tal vez, si la pillaba de buenas, se sentarían a hablar de sus cosas, las dos juntas, tomando un café. La Vida debía comprender que la Muerte no pretendía ser tan triste y que tenía su razón de ser. Además la Vida debía dejar de pavonearse por ahí con sus aires de grandeza, siempre presumiendo de cuán maravillosa es. Vale que la Vida tiene muchas cosas para disfrutar, cierto, pero es tan corta y pasa tan rápido, todos lo dicen, que comparada con la eternidad de la Muerte casi da risa. Por eso era el momento de hacer borrón y cuenta nueva, así que la Muerte cogió el teléfono y tecleó un número largo y difícil de recordar. “La Vida siempre se empeña en hacer las cosas complicadas”, pensó la Muerte mientras lo marcaba. Pero la llamada quedó en nada. La Vida estaba comunicando. “¡Qué fatalidad, para una vez que me animo a hacer las paces!”, pensó la Muerte.
Como el propósito de la Muerte era firme, lo intentó y lo intentó en repetidas ocasiones, pero el teléfono de la Vida siempre daba comunicando. A la mañana siguiente la Muerte encontró una nota que habían colado por debajo de su puerta, la firmaba la Vida y decía: ¿Es que no entiendes que si te cojo el teléfono seré la Muerte en Vida?