A veces sí, a veces no.
En un intento por encontrarme, me busco en el hueco de mí misma y me doy cuenta de que a veces soy como un árbol, fuerte, rígido y con la corteza áspera, bien sujeto al suelo, pero susceptible de que me parta un rayo. Sin embargo, otras veces soy más bien como un junco, capaz de doblarme sin romperme, por muy fuerte que sople el viento, esa soy yo.
No es que sea dos en una, es que a veces soy hasta tres o cuatro, según me mire desde dentro o desde fuera, según si luce el sol o está nublado. Por eso, a veces me siento como el negativo de una fotografía, viendo claro lo que está oscuro u oscuro lo que está claro y otras veces, soy más bien un puñado de píxeles de una imagen digital, coloridos pero turbios, a los que es mejor mirar con cierta distancia y en conjunto, para que tengan sentido.
Cuando me gusto, cuando me siento feliz conmigo misma, soy más bien como la nata montada, espumosa y dulce, compatible con la acidez de las fresas, con el dulce chocolate y hasta con el amargo café sin embargo, los días que no me encuentro, que lucho conmigo misma, soy más bien como la leche desnatada sin lactosa, un fluido blanco que no engorda, ni da alergia, pero que tampoco produce placer.
Y siendo así, aprendo a vivir con mi ying y con mi yang, jugando a ser a veces el peón de la partida y otras veces la reina y disfruto de ser el silencio de la música por cuando soy la directora de la orquesta. Exploro mi lado masculino, que no duda en seducir a la mujer fatal que llevo dentro y me dejo querer por mí misma y por la intrusa que a veces me habita. Porque a veces soy como una central nuclear en el punto de fusión de su núcleo, todo un peligro, mientras que otras veces soy más bien como un molino de viento, ecológica e inofensiva, aunque algunos me confundan con un temeroso gigante.
Tal vez nunca llegue a ser capaz de unir con éxito todas las piezas del puzzle de mí misma, pero no me importa, de hacerlo se habría acabado el juego y con él la diversión. Sería entonces una imagen plana, sin fondo. Prefiero seguir buscando las piezas que encajen en cada momento, con la tranquilidad que me da el saber que las esquinas ya las tengo colocadas. Para completar el interior, invito a la vida a jugar conmigo, a veces, pensando con el corazón y sintiendo con las tripas y otras veces perdiendo la cabeza en algún rincón del sentido común.