A ti.
A ti, por amarme con libertad como sólo un hombre sabio sabe hacerlo, sin ponerle puertas al campo, ni ventanas al cielo, sin código de barras, ni fecha de caducidad.
A ti, que cuando creí morir no dejaste flores en mi tumba, sino que me hiciste el boca a boca y lograste resucitarme.
A ti, que siempre has sabido dar un paso atrás para dejarme brillar y no pisar mi sombra.
A ti, cuya fe en mí siempre ha sido tan intensa, que incluso creíste en mí cuando yo dejé de hacerlo.
A ti por ser un refugio abierto veinticuatro horas, un faro en la tormenta, un colchón para mi sueño, un jarrón con agua para mis flores, una chispa para mi dinamita, fuegos artificiales en mi noche oscura.
A ti, por valorar mis virtudes y ayudarme a no olvidar mis defectos.
A ti, que bailaste hasta el amanecer sin rechistar, calzado en mis zapatos, a pesar de que te dolieran los pies.
A ti, que eres capaz de hacer magia con la mirada, sin tener que sacar un conejo de una chistera, ni dejar volar palomas adiestradas.
A ti, que conseguiste que uno más uno fueran cuatro.
A ti, que a pesar de ser cuatro, siempre encuentras un momento para que no olvidemos ser dos.
A ti, por hacer poesía de lo cotidiano y convertir en domingo un lunes por la mañana.
A ti, por recordarme que tengo alas para volar y que el nido siempre me estará esperando.
A ti, por decirme que estoy preciosa cada vez que me levanto tras una mala noche.
A ti, por saber hacer de lo tangible, infinito.
A ti, por ser el blanco cuando yo soy el negro, azúcar cuando soy sal, sólido cuando soy etérea.
A ti, porque te quiero.