Mi amigo el fracaso.
Caminando por la vida de la mano de mi fracaso me hice su amiga. Él fue el único amigo honesto conmigo, el único que se acordó de mí cuando caí, el único que no se desdijo de sus palabras, el único que anunció que siempre me esperaría, y así lo hizo.
Su verdad honesta me enseñó más que cualquier éxito furtivo que pude probar de cuantos ambicioné. Fracasando me hice fuerte, comprendí a la decepción, y tuve siempre la oportunidad de empezar de nuevo de una forma más inteligente. Mi amigo el fracaso me enseñó que un papel en blanco no está ausente de ideas, sino que las contiene todas, todas las que yo quiera escribir en él.
De no haber conocido al fracaso mi vida no sería la misma. Para empezar no sabría valorar en su justa medida al éxito, ese engreído que no sé qué se cree. El fracaso me ayudó a conocer a la impaciencia, a la frustración, a la desesperación y al pesimismo, una pandilla de la que es mejor huir y a la que es bueno saber detectar. Me aconsejó cambiar de acera si me los cruzaba por la calle.
Mi amigo el fracaso me enseñó también que era mejor rodearse de otra clase de compañías. Me presentó a la superación, al optimismo, a la fuerza de voluntad y al sacrificio. Son buenos tipos. Ellos siempre creen en las segundas oportunidades.
El fracaso me puso un espejo delante para que aprendiera a ver quién era yo realmente. Sin halagos presuntuosos, desnuda de vanidad, como mi madre me trajo al mundo. Y pude ver reflejado en aquel espejo, lo inmenso de mi corazón, como en una radiografía.
Antes de conocerle, cada vez que me miraba al espejo, sólo me reflejaba vestida de la cara y exclusiva ambición, maquillada con el verde de la envidia y haciendo de tripas corazón.
Qué bien que mi amigo el fracaso me enseñara a ver la vida de otra manera, a conocer lo relativo del norte y del sur, del este y del oeste y que no siempre lo que está en medio es el centro del universo. Me enseñó que una corbata puede ser una soga, un palacio una cárcel y que hasta los zapatos caros pueden hacerte llagas en los pies, si el camino requiere deportivas. ¡Es tan sabio mi amigo el fracaso! Muchas veces me repitió que poseer un barco no significa que estés libre de naufragar. Él me enseñó a nadar.
Ahora que le he conocido y que hemos labrado una bonita amistad, no teme que me marche porque no es posesivo.
- ¡Ten cuidado si te cruzas con el éxito!, - me dijo el día que me marché, - suele ser un tipo traicionero. Y si me necesitas, porque tu ego sea más grande que tu corazón, llámame, yo siempre cojo el teléfono.